domingo, mayo 01, 2005

CRÓNICA DE UNA MASACRE ANUNCIADA - Parte I

ALGUIEN MIENTE
Tras la masacre de San José, muchas sombras cubren al Ejército, pero los antecedentes del frente V de las Farc lo convierten en sospechoso.

En 1988, semanas después de una serie de masacres en Urabá, el presidente Virgilio Barco tuvo que recibir en persona la declaración de un testigo ocular, quien sólo aceptaba rendir testimonio ante él. Los asesores de Barco aún recuerdan la indignación del Presidente ante semejante prueba de desinstitucionalización. Años más tarde, su sucesor, César Gaviria, citaba con frecuencia el episodio como argumento para impulsar la reforma judicial que adoptó la Constituyente.

El hecho de que 17 años más tarde, los testigos de la masacre de San José de Apartadó se hayan negado a declarar ante la comisión de fiscales que viajó a la zona, se podría leer como demostración de que la reforma que creó la Fiscalía no sirvió. Pero sería una conclusión injusta. En estos años ha habido condenas efectivas a altos oficiales por su vinculación con masacres como la de Mapiripán, algo inimaginable antes del 91.

¿De dónde viene entonces la negativa de los testigos, integrantes de la Comunidad de Paz de San José, a declarar, entre ellos su promotora, la ex alcaldesa de Apartadó Gloria Cuartas? La cuestión no es de simple miedo. Desde que dicha comunidad se constituyó, sus miembros consideraron que la clave era declararse neutrales frente a los diferentes actores del conflicto, incluidos no sólo la guerrilla y los paramilitares, sino también la Fuerza Pública.

Y esa neutralidad -para bien o para mal- fue entendida como rechazo a cualquier contacto con representantes de la autoridad: ni Fuerza Pública en el casco urbano del poblado, ni colaboración con la Fiscalía. Y así como ahora esa circunstancia se puede convertir en el mayor de los obstáculos para investigar la masacre, es posible que también haya contribuido a que ocurrieran los hechos. En efecto, desde hace ya algunos años, los voceros de esa comunidad se han quejado del acoso de la Brigada XVII y de grupos paramilitares. Sus denuncias produjeron desde 2000 una serie de advertencias de la OEA, para que el Gobierno brindara protección a la población.

El Gobierno respondió en varias ocasiones que miembros de la Brigada XVII efectuaban patrullajes en los alrededores y en las vías de acceso a la zona, y que la Policía garantizaba protección al ingreso de alimentos. Sin embargo, la propia Corte Interamericana de Derechos Humanos de la OEA advirtió al Gobierno que esa protección no podía incluir la presencia de personal armado -ni del Ejército, ni de la Policía- en el casco urbano, pues eso rompería la neutralidad de la comunidad de paz. "Brindar seguridad en esas condiciones es prácticamente imposible", le dijo a CAMBIO un alto oficial.

El móvil

Si bien en esto las Fuerzas Armadas tienen algo de razón, por otra parte es evidente que los militares nunca vieron con buenos ojos a esta comunidad. A pesar de su declarada neutralidad, sus denuncias han ido dirigidas casi en forma exclusiva contra del Ejército y casi nunca contra las Farc, lo que sin duda aumentó la animadversión de los militares. El hecho es que desde hace años es frecuente escuchar a altos oficiales referirse en términos negativos a las comunidades de paz en general, y a la de San José en particular, con el argumento de que están vinculadas a las Farc.

Claro que una cosa es que los militares vean con malos ojos a una dirigente como Gloria Cuartas y a la comunidad que apoya, y otra que eso sea motivo suficiente para señalar a los uniformados de la Brigada XVII como autores de la masacre. Para eso falta al menos un móvil, un elemento de coyuntura que explique que, después de cinco años de tensiones, esa unidad militar haya procedido contra los habitantes de San José. "Ese móvil bien puede ser la venganza por las bajas sufridas por esa misma unidad al norte del cañón de La Llorona, a manos de las Farc, hace un par de semanas -le dijo a CAMBIO un investigador de la violencia en Urabá-. En los tiempos más duros de la guerra sucia ocurría con frecuencia que, tras un ataque de las Farc al Ejército, a los pocos días se perpetrara una masacre".

La neutralidad se puede convertir en el mayor obstáculo para investigar la masacre.

Resulta aterrador que lo sucedido en San José de Apartadó se pueda explicar -nunca justificar- de este modo. No sólo indicaría el regreso a prácticas siniestras impuestas en los 80 y los 90, sino que demostraría que la Fuerza Pública en la zona se siente impotente para atacar a los guerrilleros, y la emprende contra la población civil. En septiembre de 2004, los voceros de San José denunciaron ante el vicepresidente, Francisco Santos, amenazas en el sentido de que por cada baja militar, la población sería castigada.

De ser cierta esta interpretación, hay algo mucho más inquietante. Las paredes de las humildes viviendas de miembros de esta comunidad fueron pintadas por los asesinos con letreros que reivindicaban la acción a nombre de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc). Si, en efecto, la masacre fue cometida por unidades de la Brigada XVII, vale la pena preguntarse qué pretendían al usar la máscara de las Auc.

Utilizar ese nombre cuando el Gobierno y ese grupo intentan un controvertido proceso que el Gobierno justifica, entre otras cosas por cuenta del cese al fuego unilateral decretado por las Auc, es una manera de sabotearlo. En medio de la fragilidad con que avanza el proceso, la vinculación de las Auc a masacres de campesinos inermes, incluidos niños, puede hacerlo estallar de modo definitivo.

¿Se puede pensar que algunos mandos militares así lo quieran? Hay quienes creen que sí. Es frecuente que los oficiales se pregunten qué va a pasar en las zonas de influencia de las Auc si éstas en verdad se desmovilizan. Hace pocos días, en una reunión gubernamental, un alto mando en Bucaramanga, indagado sobre el proceso con las Auc, fue más lejos y dijo: "Eso era justo lo que buscaba el enemigo".

El desafío

¿Militares en plan de sabotear el proceso de Ralito? Sería una escalada insospechada de la guerra sucia, la desinformación y la confusión. Pero todo es posible en un país con un conflicto tan complejo como el que vive Colombia. Claro que en ese mismo orden de ideas hay que contemplar la posibilidad de que el V frente de las Farc haya sido el autor de la masacre.

¿Por qué matarían las Farc a estos campesinos que denunciaban con frecuencia al Ejército? Voceros militares han presentado algunas pruebas como testimonios y grabaciones de comandantes de las Farc, que indican que algunas de las víctimas deseaban romper con la comunidad de paz. Las grabaciones han causado más impacto que el reinsertado que testimonió el jueves ante algunos periodistas. En los medios de comunicación, hay un largo y justificado historial de escepticismo frente a este tipo de declaraciones.

Pero también lo hay frente a las Farc. Su récord de mentiras es largo y nutrido. En tiempos del proceso de paz con Belisario Betancur, el grupo guerrillero sostuvo una y otra vez que había suspendido los secuestros, y luego se demostró que mentía. Por años, Tirofijo y sus hombres negaron tener vínculos con el narcotráfico. Hoy nadie duda de que una de sus principales actividades es ésa. Durante el despeje del Caguán en el gobierno de Andrés Pastrana, las Farc dijeron no tener secuestrados en esa zona. Los tenían. En 1999, cuando fueron hallados en la frontera con Venezuela los cadáveres de tres indigenistas estadounidenses, las Farc negaron cualquier responsabilidad. Semanas después, se vieron obligadas a admitirla. En enero de 2001, el grupo negó ser el autor de la masacre de la familia Turbay Cote. Y sí lo era.

En cuanto al V frente de las Farc, es quizás el más sanguinario, cruel e intimidante de todas las divisiones guerrilleras del país. En los 80, se asentó a punta de fuego y machete en la región, y en sus matanzas nunca ha hecho excepción con mujeres, ancianos o niños. Cuando ocupaba la gobernación de Antioquia, el presidente Álvaro Uribe tuvo que viajar a esta misma zona a recoger los cadáveres de 26 campesinos horriblemente mutilados a machete por el V frente. "Si algo inculpa al V frente es el uso del machete, como sucedió en la masacre de San José de Apartadó -le dijo a CAMBIO un investigador judicial que ha trabajado en la zona- y como ha sucedido en los últimos meses en la misma zona con algunos campesinos asesinados por ese mismo frente".

Las Farc lo van a negar a como dé lugar. Los voceros de la comunidad, con Gloria Cuartas a la cabeza, seguirán acusando al Ejército. Pero el hecho de que las Farc hayan tendido la emboscada que le impidió llegar a la zona a la comisión de investigación, y la orden que los guerrilleros parecen haber impartido a los habitantes del área en el sentido de que nadie puede hablar con la Fiscalía, agravan las sospechas contra los alzados en armas.

En la guerra colombiana, la mentira ha sido un arma tan frecuente como el fusil, utilizada tanto por guerrilleros, como por militares, autodefensas y, en muchas ocasiones, por ONG y voceros comunitarios. Por eso, el desafío del Gobierno de Álvaro Uribe y la Fiscalía es establecer con total claridad qué sucedió en San José de Apartadó. Y lograrlo pronto.
Tomado de: Revista Cambio N° 610. marzo 7 al 14 de 2005.
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CRÓNICA DE UNA MASACRE ANUNCIADA - Parte II

Luis Eduardo Guerra, líder de Apartadó asesinado:
«HOY ESTAMOS HABLANDO, MAÑANA PODEMOS ESTAR MUERTOS»

Entrevista realizada por la televisión valenciana (de España) el 15 de enero del 2005 con Luis Eduardo Guerra, líder de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, asesinado y descuartizado un mes después junto con otras siete personas, entre ellas un niño de apenas un año de edad.
Emilia Bolinches: ¿Por qué se constituyó la Comunidad de Paz de San José de Apartadó?
Luis Eduardo Guerra: Fue como consecuencia del conflicto que hubo en la región desde el 95, todo el desarrollo del proyecto paramilitar, el exterminio de la Unión Patriótica, del Partido Comunista y, en general, de todas las organizaciones populares que había en la región. Cuando se dio todo este exterminio a sangre y fuego por parte de las fuerzas militares y los paramilitares, las comunidades campesinas de San José de Apartadó, los que habitábamos las veredas, quedamos completamente solos y sufriendo todas las agresiones del ejército y los paramilitares. La gran mayoría de las 32 comunidades que existían se tuvieron que desplazar y nosotros, los que estábamos todavía en once comunidades, decidimos buscar como apoyo a la Iglesia para ver qué podíamos hacer: si nos dejábamos matar ahí, si nos teníamos que ir... porque la gran mayoría no teníamos para dónde irnos. Y ahí es donde se inicia la posibilidad de que, con el apoyo de la Iglesia y de algunas ONG nacionales, se hiciera una propuesta; inicialmente se pretendía buscar territorios humanitarios para concentrarnos ahí y pedirles respeto a todos los actores armados, incluyendo el Estado, los paramilitares y la insurgencia.
E.B.- ¿En qué situación se encuentran estas comunidades ahora?
LE.- Cuando ya nos organizamos, hicimos la Declaración. El 23 de marzo del 97 firmamos el compromiso de no participar en la guerra, de no colaborar con ningún actor armado. Como consecuencia de esto hubo una represión más fuerte, se produjo el desplazamiento masivo de estas once comunidades; hubo masacres y se dieron plazos para que se desplazara la gente con amenazas de muerte. De ahí en adelante nos concentramos todos en este caserío de San José de Apartadó. Unos seguimos en el proceso, como 630 personas. Otros no: se fueron porque ya no creían que nos iban a respetar. Y de ahí para acá ha sido una situación de resistencia porque hemos sido víctimas de masacres, de asesinatos selectivos; estamos hablando de que nos han matado más de 130 personas de la población civil, entre ellas varios líderes de la comunidad, pese a que hemos buscado todas las instancias del Estado. Hemos propuesto, incluso, comisiones de investigación, pero los resultados han sido nulos. Todos estos asesinatos están en la impunidad.
La situación actual es que prácticamente lo que vemos es una nueva estrategia para seguir atacándonos, que es el bloqueo económico, que son las amenazas muy abiertamente de los paramilitares y los militares. Porque en este gobierno, Uribe se ha caracterizado por eso, porque ya los paramilitares se sienten totalmente parte del Estado y ellos mismos hacen los controles como si fueran el Estado, y aunque esto se denuncia a nivel nacional e internacional, no pasa nada. Nosotros hemos sido muy claros en nuestros principios, hemos mantenido una posición de neutralidad frente a la misma insurgencia, pero lo que dicen es que nosotros seguimos siendo organizados por la misma insurgencia, que recibimos órdenes directas de la insurgencia para desprestigiar al Estado y para denunciar al Estado y para decir que el Estado es el único que viola los derechos humanos. Eso es una mentira a todas luces porque nosotros lo hemos dicho públicamente y lo seguimos diciendo, que dentro de estos asesinatos la subversión también tiene una gran participación, más de 20 casos, porque nosotros no tenemos nada que ocultarle a ninguno de los actores armados. Lo único que nosotros hemos pedido es respeto para los que son parte de la población civil. Entonces vemos que nos están acorralando con las masacres, con los tiros, con los asesinatos selectivos, con el desprestigio, porque sabemos que el mismo gobierno tiene funcionarios haciendo un desprestigio desinformativo a nivel internacional, a nivel incluso de las mismas embajadas, diciendo que ellos tienen toda la voluntad y que son las comunidades las que se oponen a que el gobierno haga presencia cuando es una total mentira, y que ellos no son los violadores de los derechos humanos, que los violadores de los derechos humanos son la insurgencia, cuando hemos dicho que hay un ejemplo muy claro: ¿cuántos muertos tenemos? ¿En cuántos han participado las fuerzas militares? ¿Toda la estructura paramilitar que hay en Urabá por quién está apoyada? Creo que es una situación difícil en estos momentos, porque económica y políticamente el gobierno está haciendo un trabajo muy fuerte contra las comunidades, sobre todo contra San José de Apartadó.
E.B.- En esta situación: ¿qué van a hacer las comunidades? ¿Cómo se plantean el futuro?
L.E.- Nosotros siempre hemos dicho, y en eso somos claros, que nuestro proyecto es seguir resistiendo y defendiendo nuestros derechos. No sabemos hasta cuándo, porque lo que hemos vivido durante toda la historia es que hoy estamos hablando, mañana podemos estar muertos. Que hoy estamos en San José de Apartadó, pero mañana puede estar la mayoría de la gente desplazada porque puede haber una masacre de 20 o 30 personas, eso no es algo imposible. Aquí en esta región todo es posible. Pero mientras estemos, nuestros proyectos de vida siguen y es como defender a la población civil. Por eso estamos proponiendo a las comunidades que construyan espacios comunitarios para que la gente no tenga que desplazarse a San José de Apartadó, y así la gente pueda resguardarse y defender su territorio.
Estamos también como hermanándonos con otras comunidades a nivel nacional, otras comunidades que también están resistiendo para entre todos diseñar nuestro propio proyecto de vida. Está lo de la Universidad de resistencia. No quiere decir que nosotros estamos en una resistencia armada. Nuestra resistencia es contra el Estado, seamos claros, pero una resistencia no armada, es una resistencia civil. Queremos defender incluso nuestra misma Constitución. Decirle al Estado: usted está violando la Constitución. Lo que nosotros estamos haciendo es legitimando al Estado, no atacándolo. Entonces nuestro proyecto sigue, pero no sabemos hasta cuándo. Económicamente para estas comunidades es muy difícil resistir, pero seguimos haciendo propuestas económicas para realizar proyectos que nos garanticen que tenemos la alimentación y una mínima dignidad como personas para poder seguir resistiendo, porque hay un dicho muy claro que dice que mientras el estómago esté lleno pensamos, podemos hacer mucho, pero cuando el estómago está vacío ahí se acaba todo.

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